Reparación de la historia mediante el arte de Kadder Attia

El artista francés de origen argelino Kader Attia (Dugny, 1970) obtuvo en 2017 el prestigioso Premio Joan Miró, que incluía una dotación económica y hacer una exposición en la Fundación: ‘Las cicatrices nos recuerdan que nuestro pasado es real’, que se podrá visitar hasta el 30 de septiembre.

Es la primera muestra monográfica en el estado español de Kader Attia, que ha estudiado Filosofía y Bellas artes en París y en la Escuela Massana de Barcelona. Es un artista que ha trabajado e investigado sobre el terreno en Latinoamérica, África, Asia, París, Berlín y Barcelona.

Los orígenes de Attia

Attia pasó niñez entre los suburbios de París y del Argelia de sus raíces familiares. De un buen comienzo se interesó por el impacto de la cultural occidental colonial sobre las sometidas y el regreso a la inversa. Ha creado una obra intercultural, multidisciplinaria, que suma su interés en disciplinas tan diversas como el arte, la historia, la filosofía, el psicoanálisis, la medicina y la arquitectura. Ha expuesto en los centros principales del arte contemporáneo: Centre Pompidou, MOMA, Guggenheim, Tate Moderno, KW Institue for Contemporary Arte, etc… También ha participado a la Documenta de Kassel y la Bienal de Venecia.

‘Las cicatrices nos recuerdan que nuestro pasado es real’ profundiza en los traumatismos individuales y colectivos en base de filmaciones, esculturas, fotos, instalaciones y objetos. Es un conjunto coherente que incluye obras antiguas y algunos otros hechos para la ocasión, como la filmación Héroes heridos, rodada hace poco en Barcelona sobre los inmigrantes, los refugiados y los movimientos sociales.

El leitmotiv de la exposición es un tema sobre el cual el artista investiga de hace tiempo: la reparación. De la de objetos en el sentido físico hasta la de cuerpos humanos y el cuerpo social en un sentido amplio, tanto en el aspecto físico o psicológico como en la cotidianidad social y la memoria colectiva. A la vez, su trabajo profundiza en la función creativa, narrativa, de denuncia, o, incluso, catártica, terapéutica que puede tener el arte hoy en nuestra sociedad.

Sobre la idea de fondo de esta exposición, el autor ha escrito: ‘Mantener visibles las heridas es aceptar aquello que es real. Así que me dispuse a reparar estas heridas buscando aquello que mi investigación me había enseñado que era fundamental: que la reparación es un oxímoron que también incluye la herida. Negarla es mantener el dolor que genera. Al reparar las grietas de la historia con grapas metálicas, con hilo o con parches de otras culturas, a menudo contradictorias, doy voz a las víctimas; permito que el trauma nos hable y, por lo tanto, que allane el camino a la catarsis.’

‘Mi trabajo trata de nuestra dificultad, de nuestra incapacidad de vivir con los heridos’, ha dicho el artista, que concibe el arte como una posición ética, de activista. Y también versa sobre cómo hemos asumido o silenciado la historia de violencia que viene de la esclavitud, el colonialismo, los genocidios, las guerras; de cómo se ocultan las cicatrices del pasado, de cómo se condena al olvido todo aquello que nos hace falta físicamente y espiritualmente para asumir el presente y sus fantasmas; en definitiva, para entender la historia, saber de donde venimos, quién somos. Para edificar la memoria y poder soportar el dolor y la ausencia.

‘El espectro del pasado resurge en nuestra cotidianidad’, declaraba el artista en una televisión francesa en motivo de la concesión del premio Marcel Duchamp, en 2016. ‘Vivimos sobre heridas inmateriales, culturales, políticas, como la colonización, el genocidio… Toda sociedad que no reconoce la herida, cuanto más se aleja del traumatismo, más agresivo puede ser el fantasma que genera.’

Barcelona, las cicatrices de la guerra y la arquitectura

Kader Attia ha explicado que su estancia en Barcelona, en 92-93, época de grandes transformaciones, le estimuló el interés para empezar a investigar sobre el pasado, el presente y la arquitectura. Las marcas de las balas de la guerra civil a los muros de la ciudad, y más rastros dispersados por la geografía urbana lo motivaron a reflexionar sobre la memoria, el dolor, el silencio y el olvido.

La visita empieza con las imágenes de un endevinador africano sobre la arena y una instalación hecha con cuscús que evoca la ciudad algerina de Gardhaiïa. Fragilidad y potencia. También expone piezas etnográficas visiblemente reparadas, uno salvo que él acentúa por contraste a la actitud inversa que impera en Occidente, donde se suele tender a esconder la reparación. Hay máscaras y platos de cerámica colonial, ostensiblemente cosidos con hilo o alambre, espejos rotos, lienzos zurcidos y objetos agrietados.

Estas piezas reflejan nuestras caras rotas y cosidas

Todo se relaciona con la idea de reparación, que se contrasta con una serie de fotos impresionantes de las caras destrozadas de los soldados de la primera guerra mundial. Caras rotas, caras remendadas, cosidas, reconstruidas como objetos, caras que parecen máscaras, como las africanas que los colonizadores se llevaron de sus pueblos a nuestros museos. Todo está conectado, todo significa y une. O separa.